
LA ÚLTIMA MADONNA DE RAFAEL
Cuando el pintor colombiano Santiago Martínez Delgado encontró la última de las Madonnas de Rafael Sanzio tiznada de hollín, rajada de parte a parte y remendada con alambre, la Madonna reposaba tranquila desde hacía varios años encima de la chimenea de una sencilla casa de campo en Cundinamarca.
Para ese entonces, al igual que en las mejores novelas de Emilio Salgari, la Madonna de Bogotá, como se le conoce ahora, había vivido las verdes y las maduras.
Todo empezó con Margherita Luti, llamada la Fornarina, última de las amantes de Rafael Sanzio da Urbino. El maestro tenía que pintar una Madonna y la Fornarina posó para él. Al final Rafael le regaló el cuadro y cuando años más tarde Margherita le vendió el cuadro al rey Francisco I de Francia. En febrero de 1524 él perdió la batalla de Pavía frente a Carlos V de España, y entre el botín de guerra capturado estaba el cuadro de Rafael. El rey se lo regaló a su capitán de guardia Gonzalo Suárez Rendón, conquistador que había entre otras cosas vencido a Barbarroja, el pirata, años antes en Túnez.
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UN ORIGINAL DE RAFAEL SANZIO EN BOGOTÁ: El lío de la Madonna
La Enigmateca
Después de sobrevivir a un huracán cerca de las costas de Cuba, la Madonna de Bogotá junto con los arreos del conquistador atracó en el puerto de Santa Marta en lo que luego sería Colombia,
UN CUADRO PARTIDO EN LOS AÑOS DEL RUIDO
A lomo de mula llegó el cuadro de 70x84cm al interior andino donde estuvo colgado en el convento de los Agustinos en Santa Fe de Bogotá, hasta la nefasta noche del 9 de marzo de 1687.
Ese día, narran las crónicas, “…hacia las diez de la noche, cuando la mayor parte de los habitantes de Santafé de Bogotá dormía, se escuchó un ruido ensordecedor, acompañado de numerosas explosiones y de un fuerte olor a azufre”.
Mientras la tierra se sacudía y los cristianos temblaban de pavor, la tabla de Rafael cayó al piso y se abrió en dos, y para intentar remendar el daño los monjes la cosieron con alambre.
Pasó el tiempo, y el sacerdote agustino Fray Salvador Camacho, viendo la precaria condición de la pintura y queriendo preservarla de más daños, la dio en custodia a Domingo Ospina Camacho. El cuadro fue heredado de una generación a otra como legado familiar, aunque de su autoría no se supiera nada. Pero ni en las fantasías más bizarras de sus poseedores se pensó nunca que fuera una obra de Rafael.
Y es ahí, en la casa de campo de la señora María Mendoza de Martínez, viuda de Carlos Alberto Martínez, descendiente de Domingo Ospina, en el Municipio de Madrid, cerca de Bogotá, donde en 1938 Santiago Martínez Delgado encontró la última Madonna de Rafael.
Ya para 1939 su autenticidad estaba confirmada tanto por la Academia de Bellas Artes de Chicago como por el Brooklyn Museum, y luego de ser restaurada por Leo A. Marzolo la incluyeron en el catálogo de las obras de Rafael Sanzio da Urbino como la Madonna de Bogotá.
Desde hace 82 años la obra reposa el sueño de los justos en las bóvedas de un banco suizo en Nueva York pero en julio del 2029 saldrá de su letargo para iniciar un nuevo periplo, tal vez su última peregrinación, hasta la Iglesia de San Agustín en Bogotá, Colombia.
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