En la minúscula isla sarda de Sant’Antioco, bañada por colores mágicos y cantos antiguos, la tierra y el océano se unen en un hilo de seda marina que se convierte, en las sensibles manos de Chiara Vigo, en oro de luz.

Con obras expuestas en el Museo Británico y el Louvre, ella afirma que lo que se teje con seda marina se debe regalar. Porque igual que no puedes vender el sol o las mareas del océano, tampoco puedes vender piezas elaboradas con  este material.

Dueña de artes y conocimientos ancestrales, Chiara, siguiendo la tradición enseñada y transmitida de madre a hija durante veinticuatro generaciones, al día siguiente de la primera luna de mayo, al ocaso, se sumerge en el océano. A los 65 años, baja a una profundidad de hasta 15 metros para recoger las fibras que crecen en la pinna nobilis.

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Por cada 100 inmersiones, obtiene 30 g de hilo utilizable. Es una obra de paciencia y perseverancia, una obra de amor.

De vuelta en su atelier, Vigo limpia las fibras y comienza a hilarlas para luego sumergirlas en el ‘formulario’ una receta compuesta por doce algas y limón. A los diez días, el material está listo para ser tejido, y en ocasiones haciendo uso de maceraciones y decocciones, tomando el color que da la naturaleza del helichrysum, granada o mirto, da a los hilos preciosos tintes y matices.

Y así surge esta maravilla dorada que toma forma naciendo del gesto mágico de las manos de Chiara, ese fino hilo que, besado por la luz, se convierte en un milagro dorado.

Por: Fiorella Mazzanti